Claire Delacroix - La Esposa del campeón, novelas romanticas

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//-->TITULO LA ESPOSA DEL CAMPEONTitulo original My lady’s championAutora Claire |Delacroix (también conocida como Claire Cross)Editado en ingles en Harlequín Histórica numero 326 (1996) Serie Sayerne numero 1Traduccióncontanzaenglish@yahoo.comGenero Histórica MedievalPROTAGONISTAS Quinn SayerneyMelissande d'AnnossyQuinn de Sayerne ha soñado por un largotiempo con el día en que volvería a su hogar.Desencontrado con su padre, Quinn vuelve parademandar Sayerne, la propiedad abandonadadespués de la muerte de su padre. Ésta es suherencia y él la ha estado esperado. Sayerne essuya por fin ... o por lo menos así lo piensa él.CuandoLord de Tulley lo convoca, Quinnespera que le concedan la propiedad de suquerido hogar. Pero Tulley tiene otros planes enmente . Quisiera que Quinn se case con unamujer que Tulley ha elegido para él. Con Sayerneen juego, Quinn sabe que hay solamente una cosaque puede hacer.Si hubiera nacido hombre, Melissanded'Annossy tendría control sobre su hogar. PeroLord Tulley ha decidido que una mujer sola esvulnerable. En verdad, Annossy ha sido objeto de numerosos ataques por parte de mercenarios.El viejo vecino de Melissande, Jerome de Sayerne, era un hombre malvado que intentó fusionarlas dos propiedades. Cuando Lord de Tulley le informa a Melissande que espera que ella se casecon el hijo de Jerome, ella queda atónita.¿Casarse con el hijo de ese hombre horrible? Ella no puede, especialmente porque estáprometida en casamiento con otro hombre. Pero Tulley no le da ninguna opción. Si no se casacon Quinn, ella perderá su hogar ancestral.Renuente, Melissande acepta el acuerdo. La unión de Quinn y de Melissande será unmatrimonio en nombre solamente y Melissande se prepone que permanece de tal modo . Lainsistencia de Lord Tulley para que se consume la unión la lleva aceptar la presencia de Quinnen su cama la noche de bodas. Pero ella se prepone volver a Annossy y permanecer tan lejos deQuinn como sea posible.Pero el exigente Lord de Lieja le ha dado Quinn otro ultimatum: debe producir a herederoen un año o perderá Sayerne. De alguna manera, Quinn debe convencer a Melissande de que élno es como su padre. Durante ese proceso, la hermosa Melissande lo encantará y se dará cuentaque Sayerne no es la única cosa que él ama.CRTICAS“Literary Times”dijoLas fans del romance medieval quedaran encantadas este libro de Claire Delacroix. Suatención a los detalles de la vida en esta época de la historia te invita a que no te quieras separarde este libro. Ms Delacroix es experta en crear personajes y diálogo memorables. ¡ClaireDelacroix lo hecho otra vez! ¡Sus caracteres apasionados se quedarán para siempre en tucorazón! ¡Un historia medieval magnífica! ¡Romance en su mejor expresión! Pocos autorespueden tejer una historia tan cautivadora como el Claire Delacroix. ¡Un retrato vibrante de unaépoca mágica! ¡Escrito maravillosamente! Sensuales escenas del amor y una argumentointeresante que te hará quedarte leyendo hasta altas horas de la noche. “La esposa de uncampeón” es un claro ganador y un libro para conservarLa Esposa del CampeónClaire DelacroixSerie Sayerne – vol. 1Capítulo IFebrero de 1102.Quinn de Sayerne finalmente llegaba a su hogar.Suspiró con satisfacción, mientras su mirada vagaba por la silueta ondulante de las altasmontañas. El paisaje permanecía grabado en su espíritu, pero el hecho de poder volver a veraquellas montañas delante de si era una dádiva. Hogar. Dulce Hogar.Quinn esperó veinte años para retornar. Ahora que el momento del regreso por fin sepresentaba, su corazón latía enloquecidamente, con la expectativa de pisar el suelo de Sayerne.Aquel era un momento de indescriptible alegría. No permitiría que nada en el mundo loestropease .Avanzó abriéndose camino entre sus compañeros, allí, dónde recordaba estaba la entrada.Tras mucho mirar por fin la divisó. Quinn sólo tenía ojos para su hogar._ Allá está! _ gritó a sus compañeros. Cuando ninguno de ellos respondió, Quinn les echóuna ojeada por encima de su hombro para encontrarse con semblantes menos jubilosos que elsuyo. Bayard parecía mas dubitativo que de costumbre, pero ni su aire de incertidumbrediminuyó el entusiasmo de Quinn.El estaba en casa. Siempre temió que su padre, de algún modo, acabase negándole sulegado, pero la diosa Fortuna le sonreía a Quinn. Después de todos aquellos años, su bien amadaSayerne, finalmente le pertenecía.Incitó a su caballo a avanzar, rehusándose a observar que el río fuera de los muros delcastillo se había congelado. Las tierras circundantes estaban cubierta por una pesada capa dehielo. Quinn ignoró lo señal de evidente negligencia, diciéndose a si mismo que la tierra debíaestar siendo bien administrada y que todo el trigo ya habría sido convertido en harina.Era una mentira, y sabía eso. Sin embargo, no podía abandonar los felices recuerdos queguardaba de aquel lugar. Hasta entonces, Sayerne fue un sueño que le reavivaba el espíritu, unpiedra mágica que tal vez nunca volvería a ver. Y tras mucho alimentar ese sueño ahora podíaposar sus ojos en sus encantos.Era de esperar que hubiese una atmósfera de displicencia en una tierra sin un amo activo.Quinn estaba preparado para eso. Aunque el abandono que se le presentaba superaba todas susexpectativas, y un examen mas minucioso se le tornaba aún mas difícil escapar a la verdad.Apretando los dientes, siguió avanzando.Un viento melancólico asolaba a través de la aldea. Ningún rostro surgió en las puertasennegrecidas. LA inquietud de Quinn aumentó cuando parte de un tejado se derrumbó sin aviso,marcando un mal augurio y la desolación del lugar.Excepto por el soplo de un viento que cortaba el aire , la aldea permanecía quieta ysilenciosa. El frío era muy intenso para que hubiese gente en las calles, Quinn ponderó, bajandosu rostro para evitar que la nieve le fustigase el rostro. Aunque allí era mas evidente la mentira,pero él tampoco la quería admitir.Obstinadamente, no se dio vuelta para consultar la expresión de Bayard. Se Forzó aproseguir, determinado a mantener la euforia de su regreso hasta el instante en que entrase elcastillo. Sólo entonces podría verificar la extensión de los daños.Su determinación comenzó a vacilar cuando contorneó la última curva de la entrada. Empujó las riendas de su caballo y sintió, a su ladoque Bayard y otros cuatro escuderos hacían lo mismo.Los portones de Sayerne se hallaban abiertos. No había centinelas a la vista.Allí estaba otra evidencia del abandono que Quinn no podía negar. Confuso, empezó amirar los portones que oscilaban con el viento, sus pesados goznes chirriaban siniestramente.Dónde estarían todos? Habrían partido? Pero por qué?_ Parece que algunos te han precedido, amigo! _ comentó Bayard. Los escuderos rieron, ysus carcajadas fueron silenciadas cuando percibieron que Quinn no compartía el chiste .El percibía algo más en aquel escenario desolación. Tenía derecho de posesión sobreSayerne, pero su intransigente padre se aseguró que él no encontraría nada allí para justificar suapartamiento de la vida guerrera.Una vez mas había sido traicionado. Y había sido un tonto por no haberlo previsto.Al parecer, Quinn era víctima de la sed de venganza de su padre. Apretó los labios con airedecidido. Su padre también lo había subestimado. Reclamaría su herencia, sin importarle en queestado la encontrase.En el centro del patio estaba el lugar que Quinn tanto amara en su infancia. La murallaexterna del castillo comenzaba allí y, sobre el lomo de un caballo, se podía avistar las tierras masallá de los muros. Avanzó hasta el muro y se detuvo con el corazón casi saltándose de su pecho.Su mirada recorrió las curvas y salientes familiares del paisaje.Mas allá de los limites de las murallas de Sayerne, el terreno formaba un manto ondulantehasta los picos de las montañas, que se erguían sobre el invernal cielo azul. El escenario estabacubierto de nieve, cuya blancura reflejaba el brillo del sol haciéndole arder los ojos. Las paredesdel castillo lanzaban sombras duras sobre el suelo seco, y el viento silbaba en el espacioconfinado.Una lágrima brilló en los ojos de Quinn, ante la visión de Sayerne. La negligencia de supadre jamás podría destruir sus recuerdos de la belleza inherente a aquella tierra. Contrario asus expectativas y a pesar de todo, él estaba en casa._ Buen día! _ gritó en dirección a los establos con fingida desenvoltura.Sabía de antemano que nadie le respondería. El eco de su grito le confirmó sus sospechas.Miró a la torre silenciosa del castillo y finalmente se confrontó con la verdad: los únicosocupantes de Sayerne eran la nieve y el viento.La nieve se acumulaba en densas capas en el patio y recubría el camino hasta los establos.Ya hacía algún tiempo que nadie pasaba por allí. Todavía eso no le quitaría el coraje a Quinn. Seacomodó en la silla de montar. Reconstruiría lo que había sido destruido. Reclamaría para sí loque le correspondía por derecho. Probaría que no era como su padre._ Este lugar está abandonado _ dijo Bayard.Quinn acordó, recordándose de la presencia de su compañero._ Si. Pero no por eso es menos mío _ declaró y su voz reverberó en el patio desierto. _ Soyel Lord de Sayerne haré valer mis derechos ancestrales!Con esa declaración, desmontó abruptamente. Sus botas se enterraron en la nieve. Bayardsoltó una carcajada.Quinn sintió los dedos gélidos de la nieve rodearle las piernas, mientras los cuatroescuderos lo miraban con espanto. Hubiera sido mas fácil para él reírse también, aunque, queríamantener una fisonomía sería. Frunció ceño a sus compañeros._ Ríanse mientras puedan, mis amigos pues esta nieve les congelará los pies._ Eso, lo puedo percibir sin necesidad de apearme._ No obstante, tal vez deberías verificar por vos mismo el frío que la nieve provoca en latúnica de un guerrero...Para rematar sus palabras, Quinn tomó un puñado de nieve en sus manos, antes de queBayard pudiese adivinar sus intenciones.Con el peso de su cuerpo, Quinn hizo que el otro caballero se desequilibrase, y ambosrodaron hacia un lado. Los escuderos se reían ya habituados a los chistes de los dos._ La nieve congela a túnica de cualquier mortal! _ exclamó Bayard. _ Imagina lo que le puede hacer a los pantalones de un guerrero!Quinn gritó cuando o amigo puso un puñado de nieve dentro de sus pantalones. Enrepresalia, le acertó una bola helada en el pecho. Riéndose los dos se persiguieron uno al otrocon bolas de nieve . Por fin Quinn logró inmovilizar a su amigo, éste yaciendo de espaldas alsuelo lado .Los cabellos de Bayard estaban desparramados en la nieve, pero Quinn quería hundir sucabeza en el tapete blanco. Bayard se debatió con todas sus fuerzas, cuando finalmente rugió tanalto que los caballos recularon asustados. Los escuderos observaban alarmados con mirada fulminante .Al notar el estado de su amigo, Quinn comenzó a reírse de nuevo._ Tu cabello, Bayard... Oh mira tu cabello! Pareces el fantasma i que ahuyentó a toda lagente de aquí!Bayard sonrió e hizo un gesto en dirección a los escuderos._ Quinn nos aseguró que encontraríamos un lugar calmo. Pero yo al menos esperabaencontrar alguna señal de vida aquí! _ Se volvió hacia Quinn. _ Está realmente seguro de quenadie envió una de tus olorosas botas para alertar a las pobres almas que habitaban la aldea?_ No, que yo sepa. A menos que vos hayas sido el autor de tal hazaña._ Yo? _ Bayard meneó al cabeza pretendiendo ser inocente. _ Desafortunadamente, esa ideano se me ocurrió. Quisiera haber mandado una alerta por intermedio de aquel mensajero de tuamo. Si mi animo no me hubiese desertado..._ Pues bien. Mientras tu animo te desertaba, mis siervos desertaban de aquí. _ Quinnlevantó los hombros y sonrió irónicamente. _ Tal vez ambos deberíamos quemar nuestras botas.Los dos soltaron una carcajada, palmeándose con complicidad. Mientras Bayar se sacudió lanieve de su ropa, Quinn miró a su alrededor para ver si en verdad nadie surgiría parasaludarlos._ Si los aldeanos estaban tan desalentados con la llegada de su nuevo Lord es mejor que sehayan ido _ dijo. Gesticuló a los escuderos y les indicó una serie de construcciones que sealineaban mas adelante. _ Ábranse camino hasta los establos y guarden las monturas. Loscaballos precisan descanso Después de un día entero de cabalgata._ Si, amo! _ se apresuró a responder Michel, un muchacho de apenas ocho años. Contentode poder servirlo mi Lord y avanzó con el caballo que montaba. Y desapareció en la densa lanieve._ No! _ gritó Quinn, y Bayard se echó a reír. Quinn avanzó penosamente a través de lanieve, que le llegaba casi hasta la altura del pecho, y trató de rescatar al muchacho. Momentosdespués, lo sacó.Michel se ahogaba.Sin mirar a su amigo, Quinn supo que éste sofocaba una carcajada. El mismo apenas podíareprimir una sonrisa. El muchacho había tenido una desagradable sorpresa que jamás olvidaría.Quinn lo levantó en sus brazos e hizo un gesto de entregárselo a sus compañeros._ Abran camino con los caballos antes de apearse _ instruyó, haciendo fuerza paraconservar un semblante impasible. _ Usen mi montura y la de Bayard primero, pues asíconseguirán abrir una huella mas ancha.Los otros tres escuderos acordaron sin pestañear._ Tal vez Michel pueda ayudarnos en el castillo _ sugirió Bayard.Quinn aceptó y colocó al niño sobre sus hombros, mientras volvían sobre sus pasos y separaban en una elevación en el centro del patio, dónde la capa de nieve era menos espesa. Allí,colocó al muchacho en el suelo._ Fue precisamente lo que me ocurrió _ dijo. Bayard sacudiéndose la nieve de los cabellos yse estremeció. Miró al castillo con aire vacilante. _ Tal vez allá adentro no encontremos mas calorque lo que hay aquí afuera._ No te aflijas, mi amigo. Los aldeanos no se tomarían el trabajo de llevarse consigo la leña [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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