Claudia Jameson - Amor sin fronteras, novelas romanticas

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//-->Amor sin fronterasAunque Caroline sabía que era un riesgo trasladar su negocio de decoración aSalisbury, tenía poderosas razones para abandonar Yorkshire. Por desgracia nohabía contado con la presencia de Jake Samuel, un hombre insoportable, arrogantey dictatorial, que hacía casi imposible que ella mantuviera sus buenos propósitos.Quería rechazar el trabajo que él le había ofrecido, pero, ¿sería capaz dedecepcionar al pequeño hijo de Jake?Capitulo 1—SEÑORITA Dixon? ¿Coralie Dixon?—Sí, soy yo —Coralie no conocía esa voz profunda y áspera, no muy agradable ynada amistosa—. ¿Quién habla? —preguntó con cortesía, esperando que fuera alguienque quisiera encargarle algún trabajo. Después de dos meses de vivir en Salisbury susfondos estaban a punto de agotarse y las cosas no funcionaban como había esperado.Cuando se despidió de su familia, en el norte de Inglaterra, por milésima vez ledijeron que estaba loca al dejar un empleo seguro y bien pagado. Nunca seacostumbraron a la idea de que ella partiría, aunque sabían que había estado ahorrandodurante meses para dar la fianza de un apartamento. No era el que se fuese de casa...después de todo, tenía veintitrés años y era capaz de cuidarse sola... sino el hecho deque se fuera de Yorkshire, lo que molestó tanto a sus padres.Para ser honesta, Coralie les había comunicado su decisión muy abruptamente.Fue una resolución que tomó en una hora, cuando escapó de esa pavorosa escena conMalcolm Winstanley, y estuvo vagando bajo la fuerte lluvia en un estado de estupor,preguntándose qué haría. Mientras caminaba, revivió los horribles momentos una yotra vez, resurgiendo en ella el miedo que había sentido y sin dar crédito a losucedido.Pero no había sido producto de su imaginación; fue una experiencia desagradableque la dejó traumatizada, impulsándola a actuar quizá con demasiada premura, en loque respectaba a su partida a Salisbury. Sólo el tiempo diría si haría bien o mal, ycuánto la había afectado la experiencia de aquella lluviosa noche.Por lo pronto, sí hubo un cambio en su carácter: por naturaleza era una personaamistosa, pero se volvió un tanto cautelosa, decidida a cuidarse en extremo al tratarcon desconocidos... no porque Malcolm Winstanley fuera un desconocido; al contrario.Ella no le contó a nadie lo sucedido; en vez de ello, decidió irse lo bastante lejos parano correr el peligro de encontrárselo otra vez. A la mañana siguiente, le comunicó a sufamilia que pensaba irse de Yorkshire; que, como ya había decidido mudarse y cambiarsu estilo de vida, se iría a la ciudad que siempre le había gustado.Ellos no la comprendieron, no podían entender por qué quería irse del sitio dondehabía nacido y se había criado, donde todo le era familiar. ¿Y para qué? preguntaron.Para irse a Salisbury, donde no conocía a nadie, no la esperaba ningún trabajo y sólotendría sus «grandes ideas» de llevar la vida que quería. Lo que sí advirtieron fue queCoralie no cambiaría de opinión y así fue.Coralie se mudó a Salisbury, invirtió todo su dinero en un pequeño, pero perfectoapartamento y era feliz... excepto por el hecho de que no tenía trabajo. Había muchosdecoradores en la ciudad, pero ella era una decoradora diferente. Lo único malo eraque el público no lo sabía y no la conocía. Lo más sabio era anunciarse en el periódicolocal y así lo hizo, pero también era caro y su extravagante gasto inicial de poneranuncios grandes dio pocos resultados. Los trabajos que le llegaban eran muy escasosy la mayoría era para hacer decorados simples, no lo que a ella le gustaría hacer.—Me apellido Samuel —continuó la voz del teléfono—. Jake Samuel. Me larecomendó la señora Garner y quisiera saber si está libre para hacer un trabajo.Coralie cerró los ojos mientras la invadía el alivio. Necesitaba dinero conurgencia y, aunque el nombre de Jake Samuel nada significaba para ella, sí recordaba ala gentil señora Garner.—Ah, sí —dijo—, la recuerdo bien. Una señora encantadora —sólo recibió ungruñido como comentario y continuó—: ¿En qué puedo ayudarlo, señor Samuel?—Se lo acabo de decir —fue la brusca respuesta—. Quiero... espere un momento—la comunicación se interrumpió y siguió un súbito silencio, un silencio tan largo queella estuvo a punto de colgar. Ese intermedio le dio oportunidad de ponderar la actituddel hombre, de hojear las páginas de su diario, muchas de las cuales estaban enblanco, y de preguntarse si el probable cliente volvería. Sí volvió, sobresaltándolacuando habló—: ¿Está usted ahí todavía? —no se disculpó por la tardanza—. Como ledecía, quiero que me haga un trabajo, pero tiene que estar terminado el sábado por latarde. ¿Trabajará los sábados? —agregó esto como si no fuera una pregunta sino unaafirmación.—Sí... podría —Coralie titubeó deliberadamente. Aunque le urgía el dinero, noquería que su cliente en cierne lo notara. Por un lado, eso podría reducir el precio deltrabajo y por el otro, aún no sabía qué tipo de proyecto sería. Él quería terminado eltrabajo para el sábado ¿pero cuándo empezaría? Y, más importante todavía ¿seríamucho? Le formuló ambas preguntas, pero no antes de decirle, con los dedos cruzados,que casualmente había tenido una cancelación esa semana y sí estaba libre.—Muy bien. Lo que quiero es un mural sobre una pared que mideaproximadamente tres metros de ancho por cinco de largo.—Es una pared de muy buen tamaño, señor Samuel. El que termine yo para elsábado depende de dos factores: este viernes es Viernes Santo. ¿No le importa quealguien trabaje en su casa ese día?—Eso me da igual —replicó con aspereza—. De todos modos, estaré trabajandoen mi casa el resto de la semana. ¿Y cuál es el otro factor?—Es cuestión de saber qué es lo que desea en ese mural. ¿Cuál es el tema?Hubo otro silencio breve, interrumpido sólo por la respiración del hombre. Porfin dijo:—No tengo la menor idea. Algo como el que hizo en casa de la señora Garner,supongo. Espere un momento por favor.Otra vez se ausentó, dejando a Coralie con reacciones encontradas por sureferencia a su trabajo artístico como un «esfuerzo». En definitiva, no le gustaba eltono que empleaba el hombre con ella, pero un cliente era un cliente y este hombreparecía ser una persona muy ocupada. Estaba intrigada y pensativa mientras loesperaba. No entendía cómo era posible que Jack Samuel no tuviera la menor idea delo que quería en ese mural. ¿Cómo podía ser tan categórico acerca de cuándo debía ellaempezar y terminar, si no tenía idea de lo que deseaba en el mural? Cuando regresó ala línea, ella empezó primero y trató de darle sentido a la situación.—Señor Samuel ¿el mural es para una habitación de niños?—Sí, para el cuarto de mi criatura. ¿Acaso no se lo dije?—¿Niño o niña?—¿Qué?—La criatura —repuso Coralie con paciencia—, ¿es niño o niña?—Ah. Es un niño... de cuatro años.Al fin estaban llegando a algo. Un niño de cuatro años no querría ver la escena dela Cenicienta que había pintado en el cuarto de la hija de la señora Garner.—Está bien. ¿Qué le parece si discutimos el mural cuando vaya yo a darle mipresupuesto?—Eso tendría que ser esta noche, desde luego.Coralie contuvo la oleada de irritación que su actitud le provocaba. De ciertaforma Jake Samuel tenía razón; si deseaba que ella empezara el trabajo por lamañana, él o su esposa tendrían que decidir exactamente qué era lo que querían ycuanto más pronto, mejor. No se molestó en explicar que necesitaría hacer algunosbosquejos, ni que tenía que comprar materiales.—Desde luego —convino ella, tratando de ser paciente—. Así que, si me da ustedsu dirección y...—Eso no será necesario. Yo sé dónde vive y pasaré por usted cuando termineaquí en la oficina.—Bien, si su esposa está en su casa, yo podría ir allí por la tarde y discutir lascosas con ella.Con una voz que denotaba una paciencia controlada, Samuel declaró:—No tengo esposa, señorita Dixon. Sólo estamos yo, mi hijo y el ama de llaves—su tono se endureció de pronto, hasta el grado que temió que él le dijera que seolvidara de todo el asunto—. Soy un hombre muy ocupado, como se habrá dado cuenta,y francamente no veo por qué tantas trabas. Mi oficina está en Salisbury, en la calleprincipal, y tengo que pasar por su edificio cuando voy a casa. Sólo le estoypreguntando si puedo recogerla cuando termine en mi oficina, llevarla a mi casa,discutir nuestro asunto y ponerla en un taxi para que la lleve de regreso.Esta vez Coralie tuvo que morderse la lengua; le hablaba como si fuera una niñade cuatro años. Esa llamada había empezado mal desde el principio, pero sería tontodejar que la personalidad de alguien afectara sus decisiones de negocios, en especialcuando deseaba ese trabajo, no sólo por el dinero, sino por el placer que leproporcionaría. Jake Samuel le estaba encargando algo con lo que ella disfrutaba:crear una fantasía para un niño.—Como usted desee —repuso—. Tan sólo dígame a qué hora debo esperarlo.—Entre las seis y las siete —murmuró él y cortó.Coralie colgó el auricular, diciéndose que en el mundo había toda clase de gente.Miró su reloj y decidió prepararse un poco de té. Eran casi las cuatro. Tal vez debíarealizar algunos bosquejos. Puesto que su extraño cliente no tenía nada en mente,quizá agradecería algunas sugerencias. No, no parecía ser el tipo que agradeciera algo.Se había mostrado dictatorial e impaciente, casi rudo, dando por hecho que ellaaceptaría todo lo que dijera. Coralie se encogió de hombros, camino a su diminutacocina, y se dijo que debía sacar a Jake Samuel de su cabeza durante el siguiente parde horas.Lo logró; de hecho, se sobresaltó cuando sonó el timbre de la puerta, y al mirarsu reloj vio que eran las seis y cuarenta y cinco. Como de costumbre, se habíaensimismado tanto en su trabajo que no se había dado cuenta del tiempo. Se puso depie, se alisó el pantalón vaquero y se dirigió a la puerta.Como sucedía con frecuencia, olvidó quitar la cadena de seguridad y no pudoabrir la puerta al instante. Con un murmullo de disculpa, quitó el seguro y al fin pudoabrir completamente, para recibir a su visitante.—Lo siento mucho, no he salido en todo el día y me olvidé de... —las palabrasmurieron en sus labios y agrandó los ojos con sorpresa, al ver al hombre que estabafrente a ella.Los ojos del hombre, de un azul intenso, la miraban con curiosidad y sorpresa.Por unos segundos, Coralie mantuvo su mirada antes de apartarla, decidida aaguardarse las impresiones. Al hablar con Jake Samuel por teléfono, había sentidobastante aversión hacia él... pero ahora que lo veía, no había nada que objetar de suimpecable apariencia.Era muy masculino, de hombros anchos, alto y moreno. Debió haber sido muyapuesto unos años antes; no es que fuera viejo... al contrario. De hecho, era difícilcalcular su edad; podía tener entre treinta y cinco y cuarenta años, pero la impresiónde Coralie era que había envejecido prematuramente. Había tensión en su semblante,lo cual estropeaba su buena apariencia con profundas arrugas entre las tupidas cejasnegras. Seguramente fruncía el ceño con frecuencia, como lo estaba haciendo ahora.—¿Usted es Coralie Dixon? Es usted más joven de lo que esperaba.—¿Y eso es bueno o malo? —sonrió ella con amabilidad.—Digamos que no es pertinente —se encogió de hombros y miró por encima deCoralie—. ¿Vive sola aquí?—Sí —resistió la tentación de preguntarle qué importancia tenía eso. Se hizo aun lado y lo invitó a pasar—. La sala está por aquí.—Lo sé —dijo él, o al menos eso fue lo que a ella le pareció oír. En el centro de lahabitación, Samuel se detuvo y miró a su alrededor, asintiendo con la cabeza—. Muybonito. Ha hecho maravillas partiendo casi de cero.—¿Perdón? ¿Casi de cero? ¿Se refiere a que la habitación es pequeña?—Eso es parte de lo que quiero decir —sin esperar a que lo invitaran, se sentó—.Es usted muy ingeniosa. Desde luego, supongo que hizo todo el decorado ¿pero y lasrepisas y todos estos espejos que reflejan la luz?La sonrisa de Coralie esta vez fue de placer y orgullo.—Sí, yo llevé a cabo la decoración pero no hice las repisas y los espejos. Me temoque no sé carpintería. Sólo tuve las ideas, luego le pagué a alguien para que las llevaraa cabo. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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