Cervantes, literatura hiszpańska

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Miguel Cervantes
ENTREMESES
Prólogo al lector
No puedo dejar, lector carísimo, de suplicarte me perdones si vieres que en este
prólogo salgo algún tanto de mi acostumbrada modestia. Los días pasados me hallé en
una conversación de amigos, donde se trató de comedias y de las cosas a ellas
concernientes, y de tal mane ra las sutilizaron y atildaron que, a mi parecer, vinieron a
quedar en punto de toda perfección. Trató se también de quién fue el primero que en
España las sacó de mantillas y las puso en toldo y vistió de gala y apariencia; yo, como el
más viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto representar al gran Lope de
Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento. Fue natural de Sevilla y
de oficio batihoja, que quiere decir de los que hacen panes de oro; fue admirable en la
poesía pastoril, y en este modo, ni entonces ni después acá ninguno le ha llevado ventaja;
y aunque por ser muchacho yo entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus
versos, por algunos que me quedaron en la memoria, vistos ahora en la edad madura que
tengo, hallo ser verdad lo que he dicho; y si no fuera por no salir del propósito del
prólogo, pusiera aquí algunos que acreditaran esta verdad. En el tiempo de este célebre
español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal y se
cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado y en cuatro barbas
y cabelleras y cuatro cayados, poco más o menos. Las comedias eran unos coloquios
como églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlas y dilatábanlas
con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo o ya de vizcaíno: que
todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor excelenc ia y
propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafibs de
moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del
centro de la tierra por lo hueco del teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y
cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos
bajaban del cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una
manta vieja, tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman
vestuario, detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance
antiguo. Murió Lope de Rueda, y por hombre excelente y famoso le enterraron en la
iglesia mayor de Córdoba (donde murió), entre los dos coros, donde también está
enterrado aquel famoso loco Luis López.
Sucedió a Lope de Rueda, Navarro, natural de Toledo, el cual fue famoso en hacer
la figura de un rufián cobarde; éste levantó algún tanto más el adorno de las comedias y
mudó el costal de vestidos en cofres y en baúles; sacó la música, que antes cantaba detrás
de la manta, al teatro público; quitó las barbas de los farsantes, que hasta entonces
ninguno representaba sin barba postiza, e hizo que todos representasen a cureña rasa, si
no eran los que habían de representar los viejos u otras figuras que pidiesen mudanza de
rostro; inventó tramo yas, nubes, truenos y relámpagos, desafios y batallas; pero esto no
llegó al sublime punto en que está ahora.
Y esto es verdad que no se me puede contradecir, y aquí entra el salir yo de los
límites de mi llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid representar Los tratos de
Argel, que yo compuse; La destruc ción de Numancia y La batalla naval, donde me atreví
a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré o, por mejor decir, fui
el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma,
sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse
en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les
ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza: corrieron su carrera sin silbos,
gritas ni baraúndas. Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y
entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía
cómica. Avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo
de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas que pasan de diez mil pliegos los
que tiene escritos, y todas, que es una de las mayores cosas que puede decirse, las ha
visto representar u oído decir por lo menos que se han representado; y si algunos, que hay
muchos, no han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan
en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo.
Pero no por esto, pues no lo concede Dios todo a todos, dejen de tener en precio los
trabajos del doctor Ramón, que fueron los más después del gran Lope; estímense las
trazas artificiosas en todo extremo del lincenciado Miguel Sá nchez; la gravedad del
doctor Mira de Amescua, honra singular de nuestra nación; la discreción e innumera bles
conceptos del canónigo Tárraga; la suavidad y dulzura de don Guillén de Castro; la
agudeza de Aguilar; el rumbo, el tropel, el boato, la grandeza de las comedias de Luis
Vélez de Guevara, y las que ahora están en jerga del agudo ingenio de don Antonio de
Galarza, y las que prometen Las fullerías de amor, de Gaspar de Avila: que todos estos y
otros algunos han ayudado a llevar esta gran máquina al gran Lope.
Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y pensando que aún duraban
los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias; pero no hallé
pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto
que sabían que las tenía, y así las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al
perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de
título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso
nada; y si voy a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo y dije entre mí: «O
yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho; sucediendo siempre al
revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos.» Tomé a pasar los ojos por mis
comedias y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser
tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor
a la luz de otros autores menos escrupulosos y más ent endidos. Aburríme y vendíselas al
tal librero, que las ha puesto en la estampa como aquí te las ofrece; él me las pagó
razonablemente; yo cogí mi dinero con suavidad, sin tener cuenta con dimes ni diretes de
recitante s. Querría que fuesen las mejores del mundo, o a lo menos razonables; tú lo
verás, lector mío, y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando a aquel mi
maldiciente autor, dile que se enmiende, pues yo no ofendo a nadie, y que advierta que no
tienen necedades patentes y descubiertas, y que el verso es el mismo que piden las
comedias, que ha de ser, de los tres estilos, el ínfimo, y el que el lenguaje de los
entremeses es propio de las figuras que en ellos se introducen, y que para enmienda de
todo esto le ofrezco una comedia que estoy componiendo y la intitulo El engaño a los
ojos, que, si no me engaño, le ha de dar contento. Y con esto, Dios te dé salud y a mí
paciencia.
Dedicatoria at Conde de Lemos
Ahora se agoste o no el jardín de mi corto ingenio, que los frutos que él ofreciere,
en cualquier sazón que sea, han de ser de V. E., a quien ofrezco el de estas comedias y
entremeses, no tan desabridos, a mi parecer, que no puedan dar algún gusto; y si alguna
cosa llevan razonable es que no van manoseados ni han salido al teatro, merced a los
farsantes que, de puro discretos, no se ocupan sino en obras grandes y de graves autores,
puesto que tal vez se engañan.
Don Quiote de la Mancha
queda calzadas las espuelas en
su segunda parte para ir a besar los pies a V. E. Creo que llegará quejoso, porque en
Tarragona le han asendereado y malparado; aunque, por sí o por no, lleva información
hecha de que no es él el contenido en aquella historia, sino otro supuesto, que quiso ser él
y no acertó a serlo. Luego irá el gran
Persiles
, y luego
Las semanas del jardín
, y luego la
segunda parte de
La Galatea,
si tanta carga pueden llevar mis ancianos hombros; y luego
y siempre irán las muestras del deseo que tengo de servir a V. E., como a mi verdadero
señor, y firme y verdadero amparo, cuya persona, etc.
Miguel de Cervantes Saavedra
Entremés del Juez de los divorcios
(
Sale
EL JUEZ,
y otros dos con él, que son
ESCRIBANO y
PROCURADOR,
y siéntase en una
silla; salen
EL VEJETE Y MARIANA,
su mujer
.)
MARIANA. Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla
de su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar
libre de pedido y alcabala, como el gavilán.
VEJETE. Por amor de Dios, Mariana, que no almodonees tanto tu negocio; habla
paso, por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atro nada a toda la vecindad con tus
gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu
justicia.
JUEZ. ¿Qué pendencia traéis, buena gente?
MARIANA. Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio!
JUEZ. ¿De quién, o por qué, señora?
MARIANA. ¿De quién? Deste viejo, que está presente.
JUEZ. ¿Por qué?
MARIANA. Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar contino atenta a
curar todas sus enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para
ser hospitalera ni enfermera. Muy buen dote llevé al poder desta espuerta de huesos, que
me tiene consumidos los días de la vida; cuando entré en su poder, me relumbraba la cara
como un espejo, y agora la tengo con una vara de frisa encima. Vue sa merced, señor
juez, me descase, si no quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este
rostro, de las lágrimas que derramo cada día, por vernie casada con esta anotomía.
JUEZ. No lloréis, señora; bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré
justicia.
MARIANA. Déjeme vuesa merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en
las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de
tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de
arrendamiento, y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas
partes.
JUEZ. Si ese arbitrio se pudiera o debiera poner en prática, y por dineros, ya se
hubiera hecho; pero especificad más, señora, las ocasio nes que os mueven a pedir
divorcio.
MARIANA. El ivierno de mi marido, y la primavera de mi edad; el quitarme el
sueño, por levantarme a media noche a calentar paños y saquillos de salvado para ponerle
en la ijada; el ponerle, ora aquesto, ora aquella ligadura, que ligado le vea yo a un palo
por justicia; el cuidado que tengo de ponerle de noche alta cabecera de la cama, jara bes
lenitivos, porque no se ahogue del pecho; y el estar obligada a sufrirle el mal olor de la
boca, que le güele mal a tres tiros de arcabuz.
ESCRIBANO. Debe de ser alguna muela podrida.
VEJETE. No puede ser, porque lleve el diablo la muela ni diente que tengo en toda
ella.
Criado de V. Exc.
PROCURADOR. Pues ley hay que dice, según he oído decir, que por sólo el mal
olor de la boca se puede descasar la mujer del marido, y el marido de la mujer.
VEJETE. En verdad, señores, que el mal aliento que ella dice que tengo, no se
engendra de mis podridas muelas, pues no las tengo, ni menos procede de mi estómago,
que está sanísimo, sino desa mala intención de su pecho. Mal conocen vuesas mercedes a
esta señora; pues a fe que, si la conociesen, que la ayunarían o la santiguarían. Veinte y
dos años ha que vivo con ella mártir, sin haber sido jamás confesor de sus insolencias, de
sus voces y de sus fantasías, y ya va para dos años que cada día me va dando vaivenes y
empujones hacia la sepultura, a cuyas voces me tiene medio sordo, y, a puro reñir, sin
juicio. Si me cura, como ella dice, cúrame a regañadientes; habiendo de ser suave la
mano y la condición del médico. En resolución, señores, yo soy el que muero en su
poder, y ella es la que vive en el mío, porque es señora, con mero mixto imperio, de la
hacienda que tengo.
MARIANA. ¿Hacienda vuestra? Y ¿qué hacienda tenéis vos, que no la hayáis
ganado con la que llevaste s en mi dote? Y son mío la mitad de los bienes gananciales,
mal que os pese; y dellos y de la dote, si me muriese agora, no os dejaría valor de un
maravedí, porque veáis el amor que os tengo.
JUEZ. Decid, señor: cuando entrastes en poder de vuestra mujer, ¿no entrastes
gallardo, sano, y bien acondicionado?
VEJETE. Ya he dicho que ha veinte y dos años que entré en su poder, como quien
entra en el de un cómitre calabrés a remar en gale ras de por fuerza, y entré tan sano, que
podía decir y hacer como quien juega a las pintas.
MARIANA. Cedacico nuevo, tres días en estaca.
JUEZ. Callad, callad, nora en tal, mujer de bien, y andad con Dios; que yo no hallo
causa para descasaros; y, pues comistes las maduras, gustad de las duras; que no está
obligado ningún marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que no pase por su
puerta y por sus días; y descontad los malos que ahora os da, con los buenos que os dio
cuando pudo; y no repliquéis más palabra.
VEJETE. Si fuese posible, recebiría gran merced que vuesa merced me la hiciese de
despenarme, alzándome esta carcelería; porque, dejándome así, habiendo ya llegado a
este rompimiento, será de nuevo entregarme al verdugo que me martirice; y si no,
hagamos una cosa:
enciérrese ella en un monesterio, y yo en otro; partamos la hacienda, y desta suerte
podremos vivir en paz y en servicio de Dios lo que nos queda de la vida.
MARIANA. ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la
niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas; encerraos vos que lo podréis
llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con qué ver, ni oídos con qué oír, ni pies con qué andar,
ni mano con qué tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y
vivos, quiero usar dello s a la descubierta, y no por brújula, como quínola dudosa.
ESCRIBANO. Libre es la mujer.
PROCURADOR. Y prudente el marido; pero no puede más.
JUEZ. Pues yo no puedo hacer este divorcio, quia nullam invenio causam.
(Entra UN SOLDADO bien aderezado, y su mujer DOÑA GUIOMAR.)
GUIOMAR. ¡ Bendito sea Dios!, que se me ha cumplido el deseo que tenía de
yerme ante la presencia de vuesa merced, a quien suplico, cuando encarecidamente
puedo, sea servido de descasarme déste.
JUEZ. ¿Qué cosa es
déste
? ¿No tiene otro nombre? Bien fuera que dijérades
siquiera: «deste hombre». GUIOMAR. Si él fuera hombre, no procurara yo descasarme.
JUEZ. Pues ¿qué es?
GUIOMAR. Un leño.
SOLDADO. [Aparte.] Por Dios, que he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá con
no defenderme ni contradecir a esta mujer, el juez se inclinará a condenarme; y, pensando
que me castiga, me sacará de cautiverio, como si por milagro se librase un cautivo de las
mazmorras de Tetuán.
PROCURADOR. Hablad más comedido, señora, y relatad vuestro negocio, sin
improperios de vuestro marido, que el señor juez de los divorcios, que está delante,
mirará rectamente por vuestra justicia.
GUIOMAR. Pues ¿no quieren vuesas mercedes que llame leño a una estatua, que
no tiene más acciones que un madero?
MARIANA. Ésta y yo nos quejamos sin duda de un mismo agravio.
GUIOMAR. Digo, en fin, señor mio, que a mí me casaron con este hombre, ya que
quiere vuesa merced que así lo llame, pero no es este hombre con quien yo me casé.
JUEZ. ¿Cómo es eso?, que no os entiendo.
GUIOMAR. Quiero decir, que pensé que me casaba con un hombre moliente y
corriente, y a pocos días me hallé que me había casado con un leño, como tengo dicho;
porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un
real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en
estarse en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y
escuchando mentiras; y las tardes, y aun las mañanas también, se va de casa en casa de
juego, y allí sirve de número a los mirones, que, según he oído decir, es un género de
gente a quien aborrecen en todo estremo los gariteros. A las dos de la tarde viene a
comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo; vuélvese a
ir; vue lve a media noche; cena si lo halla; y si no, santíguase, bosteza y acuéstase; y en
toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole qué tiene. Respóndeme que está
haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta,
como si fuese oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo.
SOLDADO. Mi señora doña Guiomar, en todo cuanto ha dicho, no ha salido de los
límites de la razón; y, si yo no la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en lo que dice,
ya había yo de haber procurado algún favor de palillos de aquí o de allí, y procurar
yerme, como se ven otros hombrecitos aguditos y bulliciosos, con una vara en las manos,
y sobre una mula de alquiler, pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas que le
acompañe, porque las tales mulas nunca se alquilan sino a faltas y cuando están de nones;
sus alforj itas a las ancas, en la una un cuello y una camisa, y en la otra su medio queso, y
su pan y su bota; sin añadir a los vestidos que trae de ita, para hacellos de camino, sino
unas polainas y una sola espuela; y, con una comisión y aun comezón en el seno, sale por
esa Puente Toledana raspahilando, a pesar de las malas mañas de la harona, y, a cabo de
pocos días, envía a su casa algún pernil de tocino y algunas varas de lienzo crudo; en fin,
de aque llas cosas que valen baratas en los lugares del distrito de su comisión, y con esto
sustenta su casa como el pecador mejor puede; pero yo, que, ni tengo oficio, ni beneficio,
no sé qué hacerme, porque no hay señor que quiera servirse de mí, porque soy casado; así
que me será forzoso suplicar a vuesa merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfa -
dosos los hidalgos, y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte.
GUIOMAR. Y hay más en esto, señor juez: que, como yo veo que mi marido es tan
para poco, y que padece necesidad, muérome por remedialle, pero no puedo, porque, en
resolución, soy mujer de bien, y no tengo de hacer vileza.
SOLDADO. Por esto solo merecía ser querida esta mujer; pero, debajo deste
pundonor, tiene encubierta la más mala condición de la tierra; pide celos sin causa; grita
sin por qué; presume sin hacienda; y, como me ve pobre, no me estima en el baile del rey
Perico; y es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueco de la fidelidad que me guar da, le
sufra y disimule millares de millares de impertinencias y desabrimientos que tiene.
GUIOMAR. ¿Pues no? ¿Y por qué no me habéis vos de guardar a mí decoro y
respeto, siendo tan buena como soy?
SOLDADO. Oid, señora doña Guiomar: aquí delante destos señores os quiero decir
esto: ¿Por qué me hacéis cargo de que sois buena, estando vos obligada a serlo, por ser de
tan bueno s padres nacida, por ser cristiana y por lo que debéis a vos misma? ¡Bueno es
que quieran las mujeres que las respeten sus maridos porque son castas y honestas; como
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