Consuelo Marion - La venganza del caballero, novelas romanticas
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//-->La venganza del caballeroConsuelo Marion.el año 1359 y la guerra civil que se había desatado enCastilla se encontraba en su momento más álgido. Enrique deTrastámara, hijo bastardo de Alfonso XI de Castilla,reclamaba el trono que legítimamente ocupaba suhermanastro Pedro I el Cruel. Contrario a la política absolutista delrey y a su firme propósito de debilitar el poder de los noblesmenguando sus privilegios, Enrique lo acusaba de mantener uncomportamiento cruel e injusto con sus súbditos.Al igual que los dos líderes de la contienda, losnobles también estaban divididos: la alta nobleza, que siempre habíaocupado los puestos más importantes en las principales institucionesdel Reino, se enfrentaba a la baja nobleza que, debido a las nuevascircunstancias familiares de Pedro I, empezaba a rodear al reyganándose su confianza y usurpando a su vez los puestos que antesocupaban los nobles de abolengo. A este último grupo pertenecíaFadrique Fernández de Peñagrande, hombre ambicioso ydespiadado, ajeno a los sufrimientos y demandas de sus propiosvasallos y solamente interesado en conseguir mayor poder y riqueza.- Me parece una crueldad que desprecies y abandones a los amigosque han caído en desgracia -le reprochaba un día su hija.Elicia acababa de enterarse de que su padre había roto elcompromiso que hacía mucho tiempo había firmado con su amigoManuel de Benalcázar. Amigos desde muy jóvenes, ambos habíanparticipado en innumerables batallas contra los árabes y habíanrealizado juntos correrías y travesuras de juventud.- A pesar de que sabes que soy contraria al matrimonio y muyespecialmente a los casamientos de conveniencia -continuó la joven-,considero un deshonor lo que has hecho.Fadrique la miró con gesto malhumorado, harto de la altaneríade su hija.- Te aconsejo que midas tus palabras, querida hija, si no meveré obligado a castigarte.1Corría- Sí, tus habilidades para aplicar severos castigos sonsobradamente conocidas, es cierto. Mi madre, que en paz descanse,lo sabía muy bien. Afortunadamente, yo no soy tan débil como ella.Puedes castigarme o matarme, eso lo dejo a tu elección, pero yadeberías haber aprendido que ninguna de tus amenazas me impediráexpresar lo que pienso.Fadrique la miró con los ojos inyectados en sangre. Sólo esamocosa, desde que tenía uso de razón, había osado hablarle así. Suesposa había fracasado en la maternidad, equivocando la naturalezade las cosas: le había dado un hijo igual de débil que ella, sólointeresado en los libros y en la contemplación de la naturaleza, y unahija arisca y obstinada que no había hecho otra cosa en su vida quedesafiarlo con una audacia que ya hubieran querido tener muchoshombres. Aunque no fuera de su agrado, admiraba el carácter y eltemple de su hija. No había ninguna duda de que se parecía a él, queera sangre de su sangre. Sólo ese convencimiento y el orgullo dehaber engendrado una mujer tan hermosa y valiente, habían frenadosus impulsos de castigarla duramente a lo largo de su vida.- Sí, desgraciadamente, tú eres la que te pareces a mí, cuandodebería haber sido tu hermano -expresó con desprecio-, esecobarde....5De un brinco, Elicia se levantó de la silla, roja de ira, dispuestaa defender a su hermano, al que adoraba.- ¡Luján no es cobarde, sino sensible, que es muy distinto! Élama la naturaleza, los animales, los libros... lo que considera lascosas bellas de la vida -terminó en un susurro.Elicia recordó todas las enseñanzas de su hermano, sus paseosmientras contemplaban los árboles y el movimiento de las aves conel cambio de estación, sus baños en el río y sus juegos en el bosque.Sólo con él era feliz. Luján, con sus profundos y serenosrazonamientos, le transmitía tal sosiego a su espíritu, que durante eltiempo que pasaban juntos Elicia olvidaba las atrocidades de laguerra y la crueldad de su padre. - Tú le has enviado a la guerra -prosiguióla joven-, sabiendo que no deseaba ser un guerrero. Temopor él -susurró en un tono de pesar-. No está en su naturaleza matara seres humanos.- ¡Un hombre lucha, no se ocupa de labores que sólo atañen a2mujeres y a monjes! Nuestra misión es hacer la guerra y ganar podery riquezas. Estamos rodeados de enemigos, y a todos hay queeliminarlos hasta conseguir lo que nos pertenece.- ¿Incluso a costa de traicionar la amistad?- ¿Te refieres a Manuel de Benalcázar? Unas veces se gana yotras se pierde -remarcó con desdén-. Se ha atrevido, junto conotros nobles, a criticar la conducta del rey respecto a su esposa,Blanca de Borbón, así como su comportamiento con el pueblo; esaes una temeridad que Pedro I jamás perdona.Elicia estaba indignada. Aun sabiendo que era unaimprudencia expresarse en los términos en los que ella lo estabahaciendo, su discreción ya no podía callar por más tiempo lo quesentía su corazón.- ¡Alguien tiene que hablarle con franqueza! -estalló enfadada-.¡Por el amor de Dios, padre, el rey abandonó a su mujer a los tresdías de casarse para irse con su amante! ¿Es que eso no escriticable?.6Fadrique levantó la mano para hacerla callar. Eran parientesde María de Padilla, la amante del rey, y él no desaprovecharía esaafortunada circunstancia.- Hemos emparentado con el rey a través de María y nadie, nisiquiera tú -la amenazó con gesto violento mientras se levantaba y seacercaba a ella-, estropeará mis planes.Elicia miró sus facciones desencajadas y volvió a sentarse.Conocía los planes de su padre: aprovechar el parentesco que losunía a la amante del rey para subir de rango y conseguir los favoresde Pedro I.- Pero tú tenías un compromiso con Manuel de Benalcázar...- No te quejes. Al fin y al cabo he hecho lo que tú deseabas.Nunca aceptaste ese acuerdo matrimonial y, si mal no recuerdo,muchas veces me amenazaste con no casarte con el hijo de Manuel,al que, por cierto, ni siquiera conoces.Elicia calló avergonzada. Su padre tenía razón. Le parecióindigno y una ofensa contra su persona que a sus espaldas, y cuandoella era muy joven, su padre y Manuel de Benalcázar acordaran elmatrimonio de sus hijos.- ¡Ni deseo conocerlo! Los hombres sólo traen disgustos, peroesa no es la cuestión. Tú has traicionado a un amigo rompiendo tu3palabra y negándole tu ayuda en el momento que más la necesita.Según tengo entendido es un gran hombre que lucha por el bien deCastilla. Como cualquier caballero honorable, ama a su patria y a sufamilia -expresó con vehemencia-. Benalcázar intenta defender losuyo con dignidad, no teniendo reparo en jugarse la vida con tal defrenar los desmanes del rey.Los ojos del caballero brillaban con ferocidad.- ¡Manuel ha sido un tonto al ponerse en peligro! Sabía a loque se exponía con su temeridad.- Yo diría que ha sido muy valiente. Al parecer ningunaamenaza le hace traicionar sus ideas. Ha demostrado que para él el.7honor está por encima de cualquier ambición. -Elicia pensó contristeza que su padre jamás entendería sus sentimientos ni los decualquier persona noble. El egoísmo y la ambición desmesuradaeran la única enseña por la que se guiaba Fadrique Fernández dePeñagrande.Con un bufido, Fadrique abandonó el salón. No deseabaseguir discutiendo. El mundo pertenecía a los fuertes; los débiles notenían cabida en él. El comportamiento y los modales de Manuel deBenalcázar habían sido demasiado generosos para los tiempos quecorrían. Sólo la dureza y la fortaleza ayudaban a sobrevivir. Losidealistas terminaban muy pronto en el cadalso.Los acontecimientos se precipitaron fatalmente para losBenalcázar. Influenciado por la maldad y la envidia de los enemigosde Manuel de Benalcázar, su consejero más leal, Pedro I guardó conrencor cada una de sus palabras. Ofuscado por su propio orgullo, elrey se tomó como un agravio que Benalcázar se atreviera a juzgar suconducta y a exponer su desacuerdo con tanta claridad.- Tengo miedo, Manuel. El rey siempre te ha tenido muchoaprecio y ha valorado en todo momento tus consejos, pero en estaocasión, una fuerza mayor, que es su amor por su amante, María dePadilla, le tiene debilitados todos los sentidos, incluso su capacidadlógica. -Las reflexiones de Matilde, esposa de Manuel de Benalcázar,eran muy sensatas, cargadas de intuición y desasosiego.El caballero tomó delicadamente la mano de su mujer y se labesó con ternura, guiándola a continuación hasta el asientocolocado delante de la acogedora lumbre que ardía en la magníficachimenea de piedra de la gran sala del castillo de Benalcázar.4- Las verdades siempre duelen, querida, y nuestro rey no dejade ser un hombre. Sabes que no podía quedarme callado ante lavillanía que supone el encarcelamiento de la reina. La conducta dePedro atenta contra todos los principios y contra la ley. Muchos.8nobles y mandatarios de la Corte han levantado sus voces contraésta y otras injusticias. Como uno de sus principales consejeros, yotenía que exponerle mi opinión y mis objeciones, aun a costa dearriesgar mi vida.Un estremecimiento convulsionó los delicados hombros de ladama. Su marido y su hijo formaban su familia, eran toda su vida. Lapérdida de alguno de ellos sería insoportable para ella.- Eres un hombre honorable, Manuel, honrado y decente.Estoy muy orgullosa de ti y siempre me has hecho muy feliz. Por esemotivo tengo miedo. No quiero perder todo lo que Dios me hadado: un marido bueno y generoso y un hijo maravilloso. Por otrolado... yo tampoco apruebo la conducta del rey. Dios bendijo sumatrimonio con Blanca de Borbón y tenía que haberla respetadotoda su vida.De pie detrás del asiento de su mujer, Manuel apretósuavemente el hombro de su esposa para tranquilizarla.- Siempre he tenido tu apoyo, amor, a pesar de las situacionesadversas en las que a veces me he visto involucrado. Aun teniendoelconvencimiento de que en esta ocasión también te tendría a mi lado,debo ser prudente y pedirte que te alejes de aquí por un tiempo...Matilde se levantó de un salto y miró a su marido con horror.- ¡Dios mío...! ¿Tan grave es?El caballero sonrió y le acarició el rostro.- Espero que no. Pedro siempre ha escuchado mis consejos ylos ha tenido en cuenta. Es un hombre inteligente, acostumbrado areflexionar detenidamente antes de tomar una decisión. Espero queno continúe por el equivocado camino que ha tomado y sepaenmendar su error.- Si estás tan convencido de ello, ¿por qué me pides...?- Tan sólo es una medida de precaución. Tenemos amigosfuera de Castilla. Podrías irte al castillo de alguno de ellos.Matilde se abrazó a su marido con fuerza..9- No me separaré de ti, amor mío. Tu deber era hablarle al rey5
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